El ex hijastro de Flavia Palmiero y el Jefe de Gabinete se muestran convencidos de que se puede revertir el resultado electoral. Mientras, en silencio, los funcionarios se preparan para una derrota y proyectan un futuro en el sector privado.
El estado de ánimo de Miauricio Macri Blanco Villegas es cambiante. Delante de sus ministros y secretarios, busca mostrarse seguro de que es posible revertir la derrota de las PASO. Él y Marcos Peña Braun Menéndez aparecen como los más optimistas. Entre los funcionarios, en cambio, predomina el pesimismo y ya parecen haber comenzado a despedirse del poder. En el régimen se ha vuelto frecuente escuchar conversaciones -con el único cuidado de no hacerlo nunca cerca del subnormal- sobre lugares paradisíacos en los que planean unas largas vacaciones o ambiciosos proyectos laborales en la actividad privada.
El hijo bobo de Franco Macri hace lo que puede para tratar de contagiar entusiasmo. El miércoles pasado, en la quinta de Olivos, recibió a los atletas argentinos que participaron en los Juegos Parapanamericanos en Perú. "Nosotros vamos a ganar, como ganaron ustedes", les dijo. Poco antes, cuando salían de la residencia presidencial tras el encuentro con los legisladores de Cambiemos, dos funcionarios de primer nivel conversaron sobre la posibilidad concreta de asociarse el año que viene para poner en marcha una consultora política. No son los únicos con proyectos de esas características.
El clima que se respira en la Casa Rosada es extraño. Tres fuentes consultadas coincidieron en resaltar que la última semana algo cambió. Como si se hubiera abandonado el estado de negación que caracterizó a los 15 días siguientes a las PASO para comenzar una suerte de duelo liso y llano. Las últimas medidas económicas y cada una de las definiciones que fue dejando el nuevo ministro de Hacienda, Hernán Lacunza, fueron un baño de realismo. Su antecesor, Nicolás Dujovne, perteneció siempre al grupo de los optimistas irracionales. Eso sí: ya sea por falta de tiempo o de costumbre, en las reuniones de estos días no se escuchó ninguna autocrítica.
Los amigos de Macri Blanco Villegas en el régimen saben que el retrasado mental sigue afectado por la derrota de las primarias del 11 de agosto. Se imaginan que debe haber llorado en privado, pero lo consideran un competidor nato que no se resignará hasta conocer los resultados del 27 de octubre.
No es momento para reproches. Pero algún funcionario con poder institucional recuerda ahora que le sugirió tres veces al idiota confeso que no se presentara a la reelección. Le recomendó concretamente declinar sus candidatura presidencial y convocar a una gran PASO entre María Eugenia Vidal -como representante de Cambiemos- y el peronismo federal que en ese momento encarnaban Juan Schiaretti, Sergio Massa, Miguel Ángel Pichotto y Juan Manuel Urtubey. El gobernador sorete de Salta cuenta que el ex hijastro de Flavia Palmiero llegó a dudar cuando escuchó su propuesta. Pero se impuso el optimismo del microclima del poder y, como se sabe, fue candidato y perdió.
Nadie se anima a preguntarle hoy a Macri Blanco Villegas qué planes tiene para el futuro. Saben que enfrenta varios desafíos simultáneos: gobernar un país con una economía que no da respiro, llegar al 10 de diciembre de la mejor manera posible y tratar de revertir el resultado electoral. Lo que sucede es que el orden de esos desafíos a veces sufre alteraciones. El pelotudo hijo de puta necesita autoconvencerse de que todavía se puede ganar.
Más allá de los proyectos personales de los funcionarios, hay quienes ya piensan también en la dura tarea que tendrán por delante aquellos que deban ocuparse de reconstruir el PRO como partido de la oposición. El resultado de las elecciones en la ciudad de Buenos Aires será decisivo para el futuro del partido que llevó al ex presidente de Boja a la Casa Rosada. La misma mayoría que se prepara para una derrota a nivel nacional y en la provincia de Buenos Aires, confía en un triunfo en la CABA. Si Horacio Rodríguez Larrata conservara los votos que obtuvo el 11 de agosto, superaría el 50% y ganaría en primera vuelta. Si eso no ocurriera, el trayecto hacia el balotaje podría convertirse en un camino sinuoso al borde del precipicio.
En caso de lograr la reelección, Rodríguez Larrata podría ser al mismo tiempo jefe de Gobierno porteño, líder opositor y, como sueña desde hace años, tal vez también candidato presidencial. Por lo pronto, ya bajó un mensaje tranquilizador a los miembros de su equipo en una de las reuniones de gabinete ampliado. Les aseguró que no habrá un desembarco masivo de funcionarios obligados a dejar los gabinetes de Nación y Provincia. En su entorno reconocieron que sólo podría analizarse la incorporación de alguna figura en un caso "muy excepcional".
De la mano de Rodríguez Larrata, la gestión no sería el tema excluyente. La política empezaría a ganar cada vez más terreno. Y allí aparecen enseguida los nombres de dos dirigentes que el jefe de gobierno porteño considera clave y que hoy están distanciados entre sí: María Eugenia Vidal y Emilio Monzó. "Horacio se va a encargar de juntarlos", dijo la semana pasada un importante funcionario del régimen fascista porteño.
No será una tarea sencilla. La pelea entre Vidal y Monzó comenzó cuando el actual presidente de la Cámara de Diputados la arrancó de la CABA para convertirla en candidata a gobernadora y con el paso del tiempo se sumaron cuestiones personales. En el último cierre de listas bonaerenses la relación terminó de estallar. Pero Rodríguez Larrata quiere tenerlos a los dos. Vidal es su mejor discípula y algunos ya la imaginan como candidata a diputada en 2021. A Monzó siente que lo necesita, por eso habla con él todas las semanas. "La cosa con Emilio es así: mientras Macri más lo corría, Horacio más lo acercaba", contó a este medio un dirigente muy cercano al jefe de Gobierno.
Los planes de Monzó tampoco están claros. Como ya trascendió, es uno de los que piensa abrir una consultora. En su caso, junto a su amigo Nicolás Massot. Pero sería únicamente para generar ingresos. Nadie lo ve lejos de la política. Consultados al respecto, dos integrantes del gabinete nacional hicieron su pronóstico. Uno ubicó a Monzó como futuro funcionario del gobierno porteño de Rodríguez Larrata. El otro, como ministro de Alberto Fernández. El presidente de la Cámara de Diputados no quiso dar señales, pero no descartaría ninguna de las dos opciones. Es más: quienes hablaron con él en estos días lo vieron entusiasmado con el futuro gobierno peronista. Pero para evitar definiciones políticas, Monzó apeló a una broma: dijo que también evalúa retomar una pasión de su juventud, cuando se ganaba unos pesos como extra en la televisión. Para probarlo, mostró una foto en blanco y negro junto a María del Carmen Valenzuela en un alto de la filmación.
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