Se genera un sinfín de dudas udas sobre el impacto ecológico por su cercanía con la reserva natural.
Se acaba de inaugurar el complejo hidroeléctrico Baixo Iguazú en el estado brasileño de Paraná, cuya construcción fue iniciada en 2013.
Si bien durante enero comenzaron las maniobras de operación experimental con el fin de iniciar la generación de energía desde marzo próximo, las dudas con respecto al impacto ambiental que puede llegar a generar esta represa ubicada a 30 kilómetros de la Garganta del Diablo y a 500 metros del Parque Iguazú brasileño no están resueltas.
La usina, que se encuentra entre los municipios de Capitán Leónidas Márques y Capanema, fue construida por un consorcio integrado por Neoenergía -filial brasileña de la española Iberdrola- y por Copel, adjudicada por la Agencia Nacional de Energía Eléctrica de Brasil (ANEEL).
Se trata de la sexta represa brasileña sobre el Iguazú y del “último gran aprovechamiento” de este río, según prometió el presidente de Copel, Jonel Yurk.
Hace años que el Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco viene señalando el riesgo ecológico de la obra, ya que podría modificar el caudal de las cataratas y la biodiversidad de la zona, una de las más grandes reservas forestales del mundo.
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