Maestra y profesora de Letras, humorista gráfica, periodista y libretista de televisión, tenía 94 años. Desde 1953, momento en que fue parte de la revista Mucho gusto, no abandonó a sus lectores con recetas tanto dulces como saladas.

Con ella se van miles de recetas que deleitaron a varias generaciones, las que aprendieron a cocinar de su mano -o al menos, a intentarlo-, siguiendo al pie de la letra sus indicaciones y sus particulares dibujos, toda una marca de Cotta.
Hija de un maestro y poeta de Chivilcoy, Pedro Juan Manuel Cotta, y menor de cuatro hermanos (nació minutos después de su mellizo, Roberto), Blanca Helena se asomó al mundo el 14 de marzo de 1925, en Buenos Aires. "Aunque me programaron en Tandil", decía, divertida. Luego de pasar un tiempo en el interior del país, criándose en el campo, se radicó con su familia en el sur del Gran Buenos Aires. Allí inició sus estudios y su formación académica como docente; se recibió con medalla de honor.

Cosas del destino, o caprichos del corazón: con Carlos se unió sentimentalmente más de tres décadas después de conocerse, y recibirse juntos. Blanca se enamoró perdidamente de él cuando ya tenía 50 años. A los 21 se había casado con su primer marido, con quien tuvo dos hijas: Patricia y Graciela.
Si bien la cocina estuvo en la vida de Blanca desde siempre, fue después de ser mamá -y tras recibirse de profesora en Letras y dar clases de Política Educacional- cuando se sumergió en ese mundo de ollas y sartenes. Así fue como un día de 1953 llegó a ser secretaria de redacción ("con sueldo de cadete", remarcaba) de la revista Mucho Gusto, de la que fue parte hasta 1960; escribía Cuadernos de apuntes bajo el pseudónimo Annie Rose.
En la publicación comenzó con sus dibujos, a los que definía de "espantosos". Pero si eran tan feos, ¡¿por qué ningún editor los rechazaba?! "Porque los hacía gratis…", respondía Cotta, pícara. Y en rigor, mentía. No por el dinero, sí por la calidad de sus viñetas: el dibujo era otra de sus grandes pasiones. Y desde ahí también se la terminaría identificando.

En el diario Clarín comenzó con sugerencias para la ama de casa en el Suplemento Rural, para luego integrarse al suplemento dominical con recetas propias o recreadas del recetario histórico argentino. Además, desde la revista Anteojito se dedicaba a presentar recetas fáciles para que los chicos pudieran realizar en su casa.
En la suya, cocinaba Cotta, claro. "Aunque Carlos a veces se mete…", contaba, por lo bajo. Allí también seguía escribiendo las recetas en su vieja máquina de escribir Olivetti. Y aunque cueste creerlo, sostenía que no se consideraba "importante en el mundo de la cocina". Se explicaba: "Lo mío es el pasito corto; en cambio, hay gente de carrera". Y no, no es justo. Porque quienes aprendieron a cocinar con ella llevarán para siempre los aromas de su cocina. Porque con Blanca, todo un país aprendió a saborear.
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