Por Romina Calderaro para Página/12
El candidato a presidente por el Frente de Todos retomó sus clases ante sus 30 alumnos en la Facultad de Derecho . Incluso, armó un grupo de Whatsapp para mantenerse en contacto pero nadie se anima a mandar mensajes.
Pidió permiso para mirar el celular 45 minutos después del comienzo de la clase, en el momento en el que estaba explicando lo que en derecho se conoce como tipo penal abierto. “Miro cada tanto a ver si la Argentina existe todavía existe”, dijo. Sus alumnos rieron y después de chequear que no hubiera urgencias, Alberto Fernández tranquilizó a los futuros abogados: “estamos bien, todavía cantamos”.
Nadie lo esperaba porque la coyuntura aprieta, pero el candidato a presidente del Frente de Todos fue el miércoles a dar su segunda clase del cuatrimestre de la materia Teoría general del derecho en la UBA. Los estudiantes lo definieron como un profesor humilde, con conocimiento de la materia, claro para explicar y con voluntad de que todos participen.
Fernández trató de aprenderse de memoria los nombres de los jóvenes, los hizo protagonistas de casos jurídicos hipotéticos y creó un grupo de whatsapp para mantenerse en contacto con todos, pero nadie se animó a escribir mucho aún porque temen molestar al que probablemente sea el próximo presidente de la Argentina.
La clase estaba pautada para las 10 de la mañana y en el aula 235 de la Facultad de Derecho de la UBA casi treinta alumnos esperaban al profesor. Ninguno tenía la certeza de su presencia aunque el antecedente era auspicioso: Fernández asistió al primer encuentro el miércoles posterior a su triunfo en la PASO.
“Me gustan mucho sus clases. Es muy rara la situación, lo quiero tomar como un profesor común y corriente, pero no lo es. Sólo en la UBA te pasa esto”, dijo Valentina , una joven de 22 años que ya está en cuarto año de la carrera. Analía, otra de las alumnas, sostuvo que “aparte de sencillo y humilde, Fernández no está atado a las formalidades. No puso fecha para el examen oral y dijo que lo va a tomar cuando estemos preparados”.
A las 10.45, el profesor-candidato llegó al aula, no sin antes sacarse fotos con algunas personas que lo habían ido a esperar a la puerta . “¿Cómo andan, bien? Disculpen la demora, pero me retuvo el club de fans”, fue su primera frase. “¿Viste que no te mentí con que es copado?”, dijo Analía a esta cronista.
Como toda clase, empezó con un repaso del encuentro anterior. Fernández dijo que el derecho penal es un mecanismo por el cual los ciudadanos le ponen al estado “restricciones para perseguirlos, porque sólo podemos ser perseguidos por aquellas cosas que hemos considerado delito” y explicó que las dos horas siguientes se iban a dedicar a estudiar qué es un delito, “qué elementos hacen falta decir que determinado hecho lo es”. Un delito es una acción típica, antijurídica y culpable y el primer ejemplo en el que hizo participar a sus alumnos tuvo que ver con especificar el alcance que en materia penal tiene la palabra acción. Como está intentando retener los nombres, les pidió que se sienten siempre en el mismo lugar y eligió a Nadina y a Analía para el primer caso hipotético. “Si Nadina tiene un ataque de tos, le da un codazo a Analía, le lastima el ojo y Analía la denuncia por lesiones, ¿hay acción?”, preguntó. Varios respondieron que no y él asintió: “no hay acción porque en ese caso no hay voluntad, sino acto reflejo y el acto reflejo está excluido de la acción”.
Para dar clases, el candidato del Frente de Todos antes de ayer se sentó en la mesa asignada al profesor y no en la silla. Comió varios caramelos de los que lo ayudan con su propia tos involuntaria y miró el celular sólo tres veces en dos horas. La primera vez hizo el chiste sobre chequear la existencia de la Argentina como país. Los alumnos lo tutearon y se animaron a participar y a preguntar . Para explicar el dolo indirecto (ya había explicado el dolo directo y el eventual) la eligió a Micaela, que le venía bien para los ejemplos porque se sentó adelante. “Supongamos que un alumno quiere matar a Micaela, ese alumno no viene la próxima clase, pero deja una bomba bajo el asiento de Micaela programada para detonar cuando estemos todos. Y sí, la mala noticia es que con Micaela morimos todos. ¿Cómo se llama eso?", preguntó.
En un momento, una alumna le avisó que le estaba sonando el teléfono. “No importa, no voy a atender”, dijo Alberto y siguió con la clase, que terminó con una serie de ejemplos de lo que en derecho penal se denomina error de tipo. Presentó un caso para el que necesitó la colaboración de Fernando, un alumno que se sentó atrás. El profesor les preguntó a sus alumnos cómo resolverían la culpabilidad en un caso en el que él mismo mandara a casa de Valentina, vía Fernando, una caja de bombones que en realidad es un explosivo. Sin que Fernando lo supiera, claro. Le preguntó a Fernando qué le diría al juez cuando lo llamara a declarar por haber entregado el paquete que terminó con la muerte de Valentina. “Dejá de defenderme a mí y sálvate vos”, le dijo el cuando vio que Fernando sabía la respuesta, pero no se animaba a decir que responsabilizaría al que probablemente sea el próximo presidente de los argentinos. Hubo carcajada general y Fernández agregó: “en ese caso vos serías un mandadero, hiciste algo que te pedí yo sin saber cuál era mi intención”. Para los interesados en la teoría del delito, en ese caso, el derecho distingue al autor mediato del inmediato y Fernando debería ser absuelto.
Llegó el final de la clase y volvió el pedido de fotos de sus alumnos y de otras personas que se habían acercado a la puerta del aula. Todos quedaron contentos. “Lo agradezco mucho, es raro que en medio de la campaña sostenga el compromiso de venir a dar clases y perder tres horas de tiempo con nosotros”, dijo Matías. Lo que tal vez no sepa este chico de 22 años es que Albeto Fernández no considera sus clases una pérdida de tiempo. Por el contrario, en este momento las considera un corte necesario con el universo frenético de la campaña. En el pasillo y antes de despedirse, protestó porque no estaba en el chat del curso. Le dijeron que sí estaba, pero sucede que casi nadie escribe por una cuestión de respeto a los tiempos del candidato. Lo que pidió entonces Fernández es que le pongan nombre al grupo. Era cerca de la una y el candidato partió a su oficina de la calle México, manejando su auto y sin custodia, rumbo a otro día interminable.
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