El republicano intentó ocultar su conocimiento del espionaje a los demócratas durante la campaña para su reelección. Tras dos años de desgaste, dejó la Casa Blanca el 8 de agosto de 1974.
Ya había llorado, ya había recordado a su mamá como una santa y ya había agradecido a sus simpatizantes horas antes, al despedirse de su equipo. El 8 de agosto de 1974, a las 9 de la noche y desde el Salón Oval de la Casa Blanca, Richard Nixon renunció ante los estadounidenses.
Dijo que sus conversaciones con los líderes políticos lo habían convencido de que "debido al asunto Watergate, tal vez no tenga el apoyo del Congreso" para ejercer sus funciones de presidente. Dijo que rendirse no le sentaba: "Dejar mi cargo antes de cumplir su término es abominable para cada fibra de instinto en mi cuerpo". Y dijo, sin embargo, que "renunciaré a la presidencia con efecto desde mañana al mediodía. El vicepresidente (Gerald) Ford jurará como presidente a esa hora en este despacho".
La estrepitosa salida del poder del mandatario número 37 de los Estados Unidos tiene, además de su 45º aniversario hoy, un extraño revival este agosto de 2019. El fantasma del impeachment que sobrevuela a Donald Trump -al punto que Nancy Pelosi, la poderosa líder demócrata en el Congreso, aplacó a los entusiastas más de una vez- trae el recuerdo de los días previos a la caída de Nixon.
Ex funcionarios de aquel gobierno hablan en Fox News sobre las similitudes, positivas, entre el republicano denostado y el número 45 actualmente en funciones.
Geoff Shepard, quien trabajó cinco años con Nixon, dijo que "ambos eran outsiders clásicos. Nixon y Trump compitieron como agentes de cambio y ganaron elecciones muy reñidas en épocas de enormes divisiones".
Del otro lado, el fiscal especial Robert Mueller recibe críticas porque su investigación sobre la injerencia rusa en las elecciones de 2016 no hizo mella a Trump, y queda mal parado en la comparación con Archibald Cox, el fiscal especial a cargo del escándalo Watergate, al que Nixon despidió en un gesto desesperado por evitar su hundimiento.
Otros ocho antecesores de este californiano criado como cuáquero (nada de alcohol, baile o palabras groseras) habían dejado la Casa Blanca antes de terminar su mandato, pero todos por muerte. Nixon fue el primer presidente de los Estados Unidos que renunció . "Uno de los incidentes más tristes de los que he sido testigo", describió Ford los hechos. También firmó el "perdón completo y absoluto" de Nixon, que seguía acusado de obstrucción de justicia, un mes de su salida.
La prueba irrefutable de la intimidad de Nixon con el episodio de espionaje a las oficinas del Comité Nacional Demócrata (DNC) en el edificio Watergate era un audio que se reveló el 5 de agosto de 1974. El republicano había llegado hasta la Corte Suprema para impedirlo. En vano.
Cinco meses antes de la reelección de Nixon, a mediados de 1972, un guardia de seguridad del Watergate denunció intrusos. La policía detuvo a Virgilio González, Bernard Barker, James McCord, Eugenio Martínez y Frank Sturgis por intento de robo; luego se comprobó que también habían querido interceptar los teléfonos del DNC. Fueron procesados junto con Howard Hunt, ex agente de la CIA, y Gordon Liddy, asesor de finanzas del comité de reelección, porque el FBI vinculó a los cinco con el dinero negro de la campaña.
La investigación federal también reveló que había audios, de reuniones de trabajo del presidente, que mostraban su conocimiento -como mínimo- de los hechos. El Congreso los pidió; la Casa Blanca envió transcripciones. Faltaban 18 minutos de una, realizada seis días después del robo al Watergate.
El escándalo duró dos años, mientras Nixon se resistía por todos los medios a entregar las cintas de los audios. En ese tiempo su vicepresidente, Spiro Agnew, fue procesado por evasión de impuestos y blanqueo de dinero por haber recibido U$S 29.500 sin justificación durante su paso por la gobernación del estado de Maryland; renunció el 10 octubre de 1973.
El fiscal especial Cox se negó a dar marcha atrás con su orden de presentar las cintas; entonces Nixon le ordenó al fiscal general Elliot Richardson que lo despidiera. Pero Richardson prefirió renunciar antes que hacerlo; lo mismo hizo su segundo, William Ruckelshaus, tras recibir la misma orden del mandatario. La Masacre del Sábado a la Noche, como se conoció el episodio, terminó cuando por fin Nixon consiguió alguien -el procurador general Robert Borko que echara a Cox.
En esos dos años, además, The Washington Post realizaba la investigación más famosa de su historia, que dejó como legado global la expresión "Sigue el dinero".
Esa frase, sin embargo, no está en el libro que escribieron los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein sobre la operación de encubrimiento que salpicó al Departamento de Justicia, el FBI, la CIA y la Casa Blanca. Se popularizó luego de la película Todos los hombres del presidente, que protagonizaron Robert Redford y Dustin Hoffman con dirección de Alan Pakula.
Al comenzar agosto de 1974, cuando la Corte Suprema ordenó la entrega de los audios, Nixon supo que su lucha por permanecer en el poder había terminado.
Se lo escuchaba hablar con H.R. Haldeman, su jefe de gabinete. Se ponían de acuerdo para pedirle al director y al subdirector de la CIA, Richard Helms y Vernon Walters, que hablaran con Patrick Gray, director interino del FBI, para que detuviera la investigación del caso Watergate. Es decir, conspiraban para obstruir la justicia:
Haldeman: -Bueno, sobre la investigación, sabe, de la cosa del robo [al DNC], estamos de nuevo en una zona de problemas porque el FBI no está bajo control, porque Gray no sabe exactamente cómo controlarlo, y ahora la investigación conduce a caminos productivos, porque han podido rastrear el dinero […] y eso va en algunas direcciones que no queremos. […] La manera de manejar esto ahora es que hagamos que Walters llame a Pat Gray y nomás le diga: "Mantente al margen de este asunto, no queremos que avances más".
Nixon: -Ajá.
Haldeman: -Y eso lo arreglaría.
Luego de hablar de acontecimientos de esos días, Nixon concluía sobre la propuesta de Haldeman: "Bien, ¡muy bien! Hay que jugar duro. Así es como juegan ellos y así es como vamos a jugar nosotros".
Al saber que el audio se haría público (hoy está en la biblioteca que atesora los documentos de su gobierno), Nixon comprendió que los 10 republicanos del Comité Judicial del Congreso que habían votado contra su impeachment lo dejarían caer. Para el Senado sería sólo un trámite echarlo de la Casa Blanca, donde se había sentido tan cómo que hasta había hecho instalar una pista de bowling.
"Al dar este paso", dijo, "espero adelantar el comienzo del proceso de cura, que tan urgentemente se necesita en los Estados Unidos".
Carroll Kilpatrick observó en el Post que "aunque el presidente reconoció que algunos de sus juicios 'fueron errados', no hizo confesión alguna sobre los 'importantes delitos e infracciones' de los que lo había acusado el Comité Judicial de la Cámara de Representantes en su escrito de juicio político. Específicamente, no aludió a los cargos sobre el abuso de agencias como el FBI, la CIA y la autoridad impositiva para el encubrimiento de los delitos del Watergate".
En las proto-redes sociales de la época, las cartas de lectores a los diarios, sus votantes lo defendieron: si había dicho una "pequeña mentira inocente", escribió uno a Los Angeles Times, "¿qué importancia tenía, comparado con sus logros?". Y otro se preguntaba "¿por qué la prensa sigue publicando informes basados en rumores?".
En las horas previas a su discurso, más de 10.000 llamadas atosigaron las centrales de la Casa Blanca, de gente que "expresaba su incredulidad y su esperanza de que no renunciara", según los registros oficiales.
"Lamento profundamente cualquier daño que pueda haber hecho en el desarrollo de los hechos que condujeron a esta decisión", dijo Nixon. "Sólo diría que si algunos de mis juicios fueron errados -y algunos lo fueron- los hice porque en el momento los creí en el mejor interés del país". Por eso mismo, dijo, para evitar una crisis que "sentaría un precedente peligrosamente desestabilizador", prefería dimitir.
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