El comandante de los vuelos de la muerte estaba condenado a 1084 años de prisión por crímenes de lesa humanidad, pero dejó de estar tras las rejas hace cuatro semanas por la aplicación de un artículo del Reglamento Penitenciario local. De acuerdo a ese régimen de inserción, pasa ahora sus días en una parroquia católica. El repudio generalizado de las organizaciones de derechos humanos.
El represor que comandó los vuelos de la muerte Adolfo Scilingo, condenado a 1084 años de prisión por delitos de lesa humanidad, anda libre por las calles de España desde hace un mes. Luego de 22 años en prisión -el 4 por ciento de su pena "irrevocable"- fue beneficiado por un régimen de reinserción y colabora en una parroquia de Madrid. La noticia generó el repudio de las organizaciones de derechos humanos y distintos espacios.
Desde el 18 de noviembre del año pasado, el ex teniente de fragata, que confesó cómo durante la última dictadura militar se arrojaba a detenidos desaparecidos desde aviones hacia el Río de la Plata, pasa los días en un Centro de Inserción Social (CIS) de la capital española, según reveló un artículo del diario Voz Pópuli.
El represor estaba alojado en el centro penitenciario de Alcalá de Henares y gozó de salidas transitorias. Pero desde hace cuatro semanas se le aplicó un artículo del Reglamento Penitenciario local que le dio el beneficio de salir tras las rejas.
Según el artículo del diario español, el genocida pasa sus días en una parroquia católica prestando colaboraciones. “Ya no soy interno (preso), soy residente”, le dijo al cronista español al que le anticipó que a fin de mes dará a conocer unos “documentos muy reveladores” sobre su situación.
Al parecer, el objetivo de Scilingo es presentar algo lo que en ese país se denomina un “tercer grado penitenciario”, que no es ni más ni menos que una libertad condicional.
En 2006 fue condenado a 640 años de prisión y luego, en 2007, a la pena "irrevocable" de 1084 años. El Tribunal Supremo de España consideró los delitos de asesinato y detención ilegal cometidos por él en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) como “crímenes contra la humanidad”.
Mientras era juzgado, Scilingo confesó ante la Justicia ibérica que participó en 1977 en dos traslados aéreos donde treinta personas “fueron arrojadas desnudas a las aguas del Atlántico”.
Hace dos años se supo de que el ex militar tenía salidas transitorias que le permitían disfrutar de una vida amena en un pequeño pueblo de la sierra madrileña.
A través de un comunicado, la CTA Autónoma bonaerense rechazó el beneficio otorgado al genocida y anticipó que, junto con varias organizaciones, “articularemos para impedir este grave hecho y que retorne a el lugar de donde nunca debió haber salido”.
Scilingo había narrado cómo era el modus operandi de estos vuelos: “Todos los miércoles se hacía un vuelo y se designaba en forma rotativa distintos oficiales para hacerse cargo de esos vuelos. Los que el día antes se les elegían para morir, se les llevaba al aeropuerto dormidos o semidormidos mediante una leve dosis de un somnífero haciéndoles creer que iban a ser llevados a una prisión del Sur. Una vez en vuelo, se les daba una segunda dosis muy poderosa, quedaban totalmente dormidos, se les desvestía y, cuando el comandante daba la orden, se les arrojaba al mar uno por uno”.
Sin embargo, en la instancia del juicio oral se desdijo. Aludiendo súbitos desmayos e imaginarias huelgas de hambre, el marino sostuvo que sus testimonios fueron inventados para promover la investigación de los hechos.
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