Se mezcla un sistema electoral obsoleto, único en su tipo entre las grandes potencias, con el impacto de las medidas tomadas frente a la pandemia. El método condado por condado y la falta de un recuento centralizado. El papel de los jubilados.
Contar los votos que decidirán quién será el presidente de Estados Unidos en los próximos cuatro años se ha convertido en una pesadilla administrativa que puede durar más de 48 horas por varias razones: el escrutinio condado por condado, el aumento de los sufragios por correo debido a la pandemia y el sistema de Colegio Electoral, que no tiene en cuenta la medida más sencilla del total a nivel nacional.
La prensa fue testigo este miércoles de la masiva operación logística de conteo en el condado de Allegheny, en Pensilvania: En una nave industrial se acumulaban centenares de maletines negros sellados con miles de votos tramitados por correo que esperaban ser preparados manualmente para ser escrutados.
El proceso de escrutinio en EE.UU., el cuarto país más grande del planeta, suele ser más lento que en el resto de las naciones desarrolladas y este año se vio afectado por el fuerte aumento del voto por correo y en papel (depositado en buzones al aire libre o en colegios electorales) debido a la pandemia de la covid-19 y a que ese tipo de papeleta requiere un manejo manual tedioso y lento.
En grandes naves como la del centro de convenciones de Filadelfia (Pensilvania), decenas de funcionarios del condado dedicaron los últimos dos días a abrir cada uno de los dos sobres en los que se mandaron este año los votos por correo de Pensilvania, aplanar las papeletas y alimentar las máquinas que automáticamente escanean y registran el sufragio.
Este proceso centralizado por condado se ha repetido en Maricopa (Arizona), la segunda mayor jurisdicción electoral de todo Estados Unidos, donde los funcionarios electorales aún procesan 1,2 millones de papeletas, incluidas las depositadas durante la jornada electoral que se rellenaron sobre papel con marcador y no digitalmente como en otros lugares del país.
El escrutinio en los condados como Allegheny, Filadelfia (Pensilvania), Maricopa o Fulton (Georgia) es seguido con atención por todo el país, ya que, debido a que son de los más populosos, decidirán si los sufragios electorales de su respectivos estados se adjudican al candidato demócrata, Joe Biden, o al presidente, Donald Trump.
El voto popular no decide
La imposibilidad de proyectar un ganador de las elecciones sin que se decidan algunos estados clave (que en su mayoría se acercan o superan hoy el 90 % del escrutinio) se debe al sistema de Colegio Electoral, que adjudica un número definido de compromisarios al ganador del voto popular en cada estado.
Pese a que Biden lidera cómodamente el recuento del voto popular, esa medida no sirve para proyectar al ganador de las elecciones sin que termine el escrutinio en cada rincón del país y por lo tanto imposibilita una certeza temprana sobre quién será el ganador.
En otros países desarrollados, también existen cálculos que tienen en cuenta de algún modo la distribución de la población, pero una vez que comienzan a llegar los datos de escrutinio, estos se aglutinan a nivel nacional y la foto, tanto en una democracia presidencial, como parlamentaria, comienza a emerger rápidamente.
Además, en otros países con democracias estables y modernas la jornada electoral tiene lugar en un día festivo (normalmente un domingo), por lo que la afluencia a las urnas se facilita, mientras que en Estados Unidos, que este año ha aumentado los días de voto por anticipado presencial debido a la pandemia, siempre cae en el primer martes de noviembre.
El incompleto papel de la mesa electoral
Las autoridades estadounidenses presumen de que la descentralización electoral e independencia federada de cada estado a la hora de gestionar el recuento es la base de la salud de la democracia estadounidense. Sin embargo, dicha descentralización no es igual de efectiva cuando se centraliza el escrutinio dentro de sus vastos territorios.
Al contrario de como se hace en España, Francia o Argentina, donde cada colegio electoral no solo recoge el voto, sino que también lo cuenta y aborda una primera tabulación, en Estados Unidos los colegios solo vigilan la identificación y el acceso a la cabina de votación y no realizan el cómputo de los votos.
Las papeletas que han sido rellenadas con marcador y papel se envían a un centro de escrutinio del condado, donde también llegan los votos por correo y donde se procede a un cómputo de boletas; un proceso que además puede ser visto en persona, por webcam y por los fiscales de los partidos.
Este proceso no sería un gran problema en un año normal, ya que gran parte de la ejecución de este derecho se hace en cabinas digitales conectadas a centros de datos, pero este año el voto de papel ha tomado un protagonismo especial con 64 millones de sufragios recibidos por vía postal antes del 3 de noviembre.
"Les lleva tiempo a los condados procesar tanto voto en ausencia", explica el encargado de la implementación del sistema de votación en Georgia, Gabriel Sterling, que destacó que antes que la rapidez prima la rigurosidad.
Como añadido, los encargados de realizar el escrutinio son en ocasiones personas jubiladas, que reciben el sueldo mínimo. Según el Pew Research Center, en 2018 cerca del 60 % de estos trabajadores tenían más de 61 años y una cuarta parte más de 71 años.
Pese al trabajo encomiable, de largas jornadas y detallado de los empleados de las oficinas electorales, el cansancio hace mella y, como recordó ayer Sterling, algunos retrasos se han debido a que en algunos condado se olvidaron presionar el botón de "subir" los datos.
Por Jairo Mejía para EFE
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