Se trata de un estado de confusión reportado por pacientes que sobrevivieron al coronavirus. Grupos de expertos alrededor del mundo buscan reunir evidencias para describir las causas con mayor precisión. Especialistas locales solicitan cautela.
Aunque es muy temprano para cualquier afirmación, la comunidad científica reúne evidencias para confirmar que la “niebla mental” es uno los efectos que podría causar la Covid-19 en aquellas personas que -incluso- la cursaron en forma leve y sin patologías previas.
Se trata de un síntoma cognitivo que se ha reportado a lo largo del mundo como secuela y que podría asociarse a la pérdida de memoria, a problemas de concentración, mareos, dolor de cabeza y confusiones frecuentes.
Las descripciones de los individuos que la afrontan son tan variopintas que, hasta el momento, cuesta definir a ciencia cierta en presencia de qué fenómeno se está.
“Todavía no se sabe mucho, ya que el costado neurológico aún no fue muy explorado. Por un lado, el virus afecta en términos primarios al sistema nervioso y causa trastornos mentales, la perturbación de la memoria, cansancios y confusiones recurrentes. Por otro, en orden secundario, también hay que tener en cuenta todo lo vinculado al aislamiento, la incertidumbre económica, el temor al contagio de los cercanos y las angustias, que configuran escenarios de ansiedad y depresión en las personas”, plantea el médico psiquiatra de la UBA, Federico Pavlovsky. Siguiendo con este razonamiento, agrega que “por los últimos trabajos sabemos que el virus invade al sistema nervioso central y periférico y desencadena una respuesta inflamatoria inmune y propia del organismo que puede contribuir a la emergencia de los síntomas neuropsiquiátricos. Hay diversos cuadros que podría ocasionar, desde encefalitis (inflamación cerebral) hasta enfermedades cerebrovasculares”.
El Sars CoV-2 no solo afecta a los pulmones sino también a las neuronas. Los datos fueron expuestos por un equipo de la Universidad de Yale que publicó un preprint en bioRxiv (aún no fue certificado por pares), un repositorio en línea de acceso abierto. Aún no queda muy claro cómo llega ni con qué frecuencia ataca al cerebro; pero según indican los especialistas a cargo del estudio, la obnubilación podría perjudicar las rutinas personales y laborales de aquellos individuos que sobrevivieron a la enfermedad e, incluso, en muchos casos, la atravesaron sin la presencia de síntomas evidentes. Igor Koralnik, director de enfermedades neuroinfecciosas en el centro médico de Northwestern Medicine en Chicago, fue otro de los expertos que colocó el tema en la superficie al señalar que “hay miles de personas que la padecen”, aludiendo a la “niebla mental”. En tal caso, podría deberse a una respuesta inmunitaria exacerbada del organismo como indica Pavlovsky, o bien, a la inflamación de los vasos sanguíneos que conectan con el cerebro.
“Cuando un paciente atraviesa un trauma severo y retorna a un núcleo de paz y cierta estabilidad, los aspectos psicológicos se canalizan a través de patrones que ayudan a la persona a reinsertarse en su mundo. No debemos olvidarnos que la Covid es una enfermedad que tiene muchos puntos en común con otras infecto-contagiosas y que para peor se ancla en el contexto de una pandemia global”, señala Adrián Baranchuk, médico (UBA), profesor de Medicina en la Universidad de Queen’s (Canadá), y luego advierte que “los enfermos están siendo atendidos por médicos que muchas veces sienten el mismo miedo que los pacientes. El escenario es complejo para todos, mucho más para aquellos individuos que exhiben algún sustrato psiquiátrico. Una experiencia como una pandemia es muy difícil para cualquiera”.
Históricamente, las epidemias virales han colocado contra las cuerdas la vida de las sociedades a corto plazo y la salud mental de los sobrevivientes a largo plazo. “Hay antecedentes del siglo XIX y el XX que indican que aquellas personas que sobrevivían a las grandes epidemias luego convivían con síntomas de insomnio, ansiedad y depresión. Un caso paradigmático es el de la encefalitis letárgica: pacientes que además de tener gripe desarrollaban un cuadro muy particular, pues, a la psicosis se sumaba la hipersomnia y complicaciones similares a los que experimentan Parkinson”, relata Pavlovsky. Más cerca en el tiempo, con la epidemia del Sars (2003) y con la gripe H1N1 (2009), sucedió algo similar. “Se realizaron investigaciones que hacían seguimientos un año luego de concluida la peste y se halló que en un 40 o 50 por ciento de los casos, perduraban las perturbaciones como depresión, estrés, disforia, alteraciones de sueño y concentración, narcolepsia y encefalitis”, completa el psiquiatra.
Las secuelas que dejará este virus todavía representan una incógnita. Más aún cuando la comunidad científica está concentrada en frenar la propagación del patógeno a partir de una o varias vacunas. Además, los tiempos de la ciencia no se condicen con los ritmos de replicación del virus. Para tener una idea, hay algunas enfermedades virales con muchísima presencia en el planeta que emergieron desde hace décadas y para las cuales todavía no hay solución efectiva. La ciencia marcha lenta porque su estilo –porque su método– así lo indica, porque es la única manera de marchar seguros.
“Existe un condimento único que nos depara esta pandemia. Una vez que las personas emigran del centro sanitario, es decir, se recuperan y son trasladadas a sus locaciones, se incorporan a una trama social inédita. La forma que asume la vida y la nueva normalidad tiene el costo de muchísimos problemas en la salud mental, producto de restricciones a las que no se estaba acostumbrado, cuarentenas, imposibilidad de afectos, pérdidas de empleo y demás”, plantea Baranchuk, al tiempo que solicita cautela: “Toda la valoración del estado psicológico y psiquiátrico relacionado con aspectos de la memoria inmediata podrían formar parte de un síndrome mucho más amplio y no necesariamente exclusivo de la Covid, pero todavía no lo sabemos. Habrá que prestar muchísima atención a las investigaciones que vayan surgiendo”, remata.
Por Pablo Esteban para Página/12
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