jueves, 15 de octubre de 2020

Macron decretó el toque de queda en París y en otras ciudades

El Ejecutivo francés se metió en una suerte de tercera vía en la cual aprieta, pero no ahoga con un reconfinamiento total. Busca frenar el avance del coronavirus. 


Entre lo peor, el confinamiento, y lo mejor, la imposible libertad, la situación sanitaria llevó al presidente francés, Emmanuel Macron, a optar por un camino intermedio para frenar el avance de la pandemia que en la ultimas 24 horas sumó poco más de 9.000 hospitalizaciones. 

El jefe del Estado oficializó el restablecimiento del estado de emergencia sanitario y el toque de queda entre las 9 de la noche y las seis de la mañana en París y otras localidades. 

La medida se extiende por un plazo de cuatro semanas y entrará en vigor el próximo viernes a las 12 de la noche en la capital francesa y su región, Lille, Lyon, Grenoble, Marsella, Aix-en-Provence, Rouen, Saint Etienne, Montpellier y Toulouse. Unas veinte millones de personas viven en esas zonas rojas donde hoy se vuelven a concentrar las restricciones. El final de la primavera y casi todo el verano fueron medianamente libres y optimistas, el otoño y el invierno serán grises y restringidos. Bares, restaurantes, teatros, cines y demás espacios públicos están vedados. Los ciudadanos tampoco tienen autorización de circular en el horario del toque de queda, lo que incluye también la prohibición de visitar a los amigos o familiares. Las únicas salvedades son urgencias sanitarias o el trabajo.

El Ejecutivo francés se metió en una suerte de tercera vía en la cual aprieta, pero no ahoga con un reconfinamiento total. En una entrevista con periodistas transmitida por la televisión, Emmanuel Macron solicitó varias veces la responsabilidad de la sociedad. Razones no le faltan: en las últimas semanas, pese a la decisión de cerrar los bares, los restaurantes permanecieron abiertos y eran un festín de descuido. Decenas de personas amontonadas en el interior sin distancia ni protección alguna. En el metro, para muchos pasajeros el uso del tapabocas pasó a ser una suerte de bufanda o tapa peras durante las horas de más afluencia. Y qué decir de esa incongruencia administrativa que impone la máscara a los peatones y no a los ciclistas o a la gente que circula con los monopatines por donde le da la gana. No es la única. Por ejemplo, pese a que no existe ningún texto administrativo que lo imponga, las maternidades obligan a las mujeres que van a dar a luz a ponerse la máscara mientras el rey ciclista no lleva la suya. 

El presidente francés adelantó que habrá que vivir con la amenaza del virus a cuestas “hasta al menos el verano de 2021”. Macron dijo que “hoy el virus está en todas partes, los encargados de la salud están cansados y no tenemos camas escondidas en reserva. Por ello es preciso adoptar medidas estrictas”. El mandatario también aclaró que “sería desproporcionado reconfinar al país. Nuestro objetivo consiste en reducir los contactos privados, que son los más peligrosos”. Por ello precisó: "sí, no iremos más a la casa de los amigos ni a festejar”.

Esta renovada batería de restricciones parece apuntar a la generación desobediente, esa que oscila entre los 20 y 30 años. Van al trabajo protegidos, pero a la noche, cuando salen, ni se acuerdan del virus. Es en esa franja generacional donde se sitúa hoy el mayor numero de contagios: 500 casos por cada 100 mil habitantes. La cifra representa el doble de la del conjunto de la población. En comparación, entre las personas dentro de la línea 30-40 años los casos llegan a 300 por cada 100 mil habitantes. Macron dio así un paso al frente como escudo ante otro virus, el de su primer ministro, Jean Castex. Cuando fue nombrado en julio pasado en reemplazo de Edouard Philippe Castex tocaba un cielo de 43% de aceptación. Su techo ha bajado ahora al 28%. Ambos, sin embargo, se turnaron en los anuncios. Antes de la intervención de Macron, Castex dijo en el Senado que “La situación de nuestro país es extremadamente difícil y ello conduce al gobierno a adoptar medidas complementarias". Luego, el jefe del Estado admitió que la situación era “preocupante” pero recalcó que “no hemos perdido el control de la pandemia”.

La covid-19 está ahí, aunque no con la potencia que tenía durante los meses primaverales. Actualmente hay 1.633 pacientes en las unidades de reanimación para una capacidad nacional de 5.000 camas. En el peor momento de la primavera había 7.000 personas en reanimación. No obstante, la cantidad actual es cuatro veces superior a la de principios de septiembre. Entre el martes y este miércoles 14 de octubre han fallecido 84 personas. La única “buena noticia” radica en que no habrá restricciones en los transportes, ni tampoco trabas en los viajes interregionales. Por lo demás, una parte de Francia ingresa en los próximos días en la tercera vía sanitaria. En marzo de 2020, Macron dijo que “estamos en guerra” contra el virus. Su general, Jean Castex, dio muestras de no estar a la altura de esa “guerra” y, sobre todo, de haber perdido la confianza de la sociedad. El mandatario salió a airear las medidas. Ni mucho, ni demasiado, ni lo tan peor, ni lo, tal vez, un poco mejor. Por ahora, los gobiernos corren y el virus sigue gobernando el timón de quienes gobiernan.

Anoche Paris se apuraba de malhumor a vivir sus últimas noches de libertad social. Escasa gente en la calle, pero mucha en los restaurantes. Cierta nostalgia por lo que ya no se podrá subía del griterío de los clientes en un restaurant de la Rue Saint Paul. “Estamos jodidos, viejos, otra vez a encerrarse delante de la televisión”, dijo un cliente. Otro le respondió “quien te manda a divorciarte después del confinamiento. Si aguantabas un par de meses más, la próxima semana ya no estarías durmiendo solo”, dijo. La mujer que lo acompañaba le dio un buen codazo y dijo: “indecentes, ustedes solo piensan en su placer cuando acá el virus nos está cocinando a todos”. París corre y corre en los últimos instantes de libertad como para que nunca la alcancen aquellos meses en los cuales la capital fue un río obscuro y petrificado.
Por Eduardo Febbro, desde París, para Página/12

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