Editorial, por Alberto Carlos Bustos (*)
Arrancaron apoyando a Alberto Fernández en las medidas contra la pandemia de coronavirus, pero enseguida se dieron cuenta que no les convenía políticamente. Y terminaron mostrando la mierda que siempre fueron.
La actitud republicana, el afán de colaboración, el encolumnarse detrás del presidente “sin banderías políticas” les duró menos que un pedo en una canasta.
Les duró hasta que se dieron cuenta del apoyo social (y el capital político) que estaba recibiendo Alberto y, como no podía ser de otra manera, terminaron mostrando la hilacha.
Y es lógico. Es lo que se podía esperar de estos soretes, porque está en su esencia; casi podría decirse que es genético, que lo llevan en la sangre.
Y son tan boludos como hijos de puta. Porque solamente desde la boludez se puede entender que el medio pelo vernáculo (la clase mierda) defienda a un tipo que, teniendo una fortuna personal de 8 mil millones de dólares, despide a 1500 laburantes. Como defienden al “campo”, cuando la única superficie de tierra que tuvieron en su puta y miserable vida son 3 macetas de mierda en el balcón.
Como en la fábula del escorpión y la rana, no les importa ahogarse por picar a mitad del río. Lo hacen igual porque está en su naturaleza.
Por eso, lo dije mil veces y lo repito: a mí no me rompan los huevos con “cerrar la grieta”. No quiero cerrarla. Quiero que cada vez sea más grande y más profunda, para que cada vez esté más claro quienes están de un lado y quienes estamos del otro.
Si cerramos la grieta, somos todos lo mismo y yo no quiero ser lo mismo que los hijos de puta.
(*) Director y editor responsable de Currín
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