A las 11:30 de ayer, frente a la puerta de ingreso de la Estación VI de Villa Crespo, cuatro coches bomba hicieron sonar sus sirenas en memoria de Ariel Gastón Vázquez y Maximiliano Firma Paz, los hombres que murieron en la explosión de la perfumería. La historia de una ceremonia que tuvo silencios, aplausos y ruidos.
Máximo pegó su homenaje en la puerta del cuartel. Una columna roja del suministro de agua coloreada sobre un costado, un edificio en el otro margen y, en el medio, dos bomberos sostienen una manguera que cruza la hoja. Sus caras, envueltas en cascos, tienen una sonrisa de lápiz negro. El dibujo, las frases y las flores que lo rodean, los hombres de uniforme que están formados enfrente, el ruido que no molesta y los vecinos que aplauden conforman la ceremonia del toque de sirenas que, en la Estación VI de Villa Crespo, honraba la memoria de los camaradas caídos en el incendio de la perfumería.
La tarde del martes 2 de junio, en el Día Nacional del Bombero Voluntario, murieron Ariel Gastón Vázquez y Maximiliano Firma Paz. Aún la avenida Corrientes al 5.200 permanece cerrada al tráfico, aún hay máquinas, vallas y cintas que niegan el acceso.
Una cuadra antes según el sentido de circulación, a menos de cien metros del escenario trágico, sobre el asfalto de la avenida y de cara a la puerta del destacamento, se alinearon trece filas de cinco bomberos cada una.
Eran las 11:25 de una mañana templada. Los primeros tenían cascos y trajes estructurales. El resto llevaba uniformes y barbijos de ocasión. Algunos clavaron crespones negros en los escudos de la fuerza.
Cuatro coches bombas los respaldaban a su derecha. Sobre los parabrisas colgaban banderas argentinas y lazos negros. Dentro de cada camión había un bombero: serían importantes luego. Del otro costado, el escudo de otros cuatro vehículos de bombero. En las arterias de las calles Acevedo y Malabia el acceso estaba restringido, en los balcones de los edificios y en las veredas, los infiltrados que viven o trabajan en la misma cuadra sostenían los celulares. La cita estaba programada para las 11:30. Faltaban apenas segundos y el silencio era medida y testigo del homenaje.
Horacio Rodríguez Larrata y Diego Santilli, jefe y vicejefe de Gobierno de la ciudad de Buenos, saludaron a los primeros de las filas a las 11:27. Los fotógrafos y las cámaras de televisión se acomodaban. Había silencio y expectativa. Dos minutos después, los primeros clamores. Encendieron las sirenas patrulleros ansiosos ubicados sobre la esquina de Malabia y Corrientes. El Comandante Diego Coria, jefe de la estación, se puso delante de los uniformados y exclamó “¡firmes!”. Los bomberos respondieron con la venia. La gente dejó de sacar fotos y empezó a aplaudir.
A las 11:30 en punto los cuatro coches bomba gritaron. El ruido, esta vez, no espantaba: estremecía. Los aplausos acompañaron toda la ceremonia. La intensidad de la melodía de las sirenas fue fluctuando.
Dos minutos después, volvieron a elevar el tono de los alaridos. Lo del minuto del toque de sirenas en memoria de los camaradas bomberos de la Policía Federal caídos en acto de servicio era una estimación protocolar. Las sirenas cesaron exactamente a las 11:34. Coria volvió a gritar “¡firmes!” y el volumen de los aplausos se incrementó. Era el cierre de la ceremonia. Los bomberos bajaron sus manos derechas. Tres minutos después rompieron filas y lentamente ingresaron al cuartel.
Durante el homenaje, con el baño del afecto ciudadano, hubo bomberos visiblemente conmovidos, compungidos. La emoción se percibía en cada uno de los presentes. Cuando se habilitó el paso por las veredas, Silvia Abraham llegó con dos piedras en sus manos hasta el área de ingreso al destacamento. Preguntó dónde podía rendir su tributo. Ella, en consigna de los principios de las tradiciones judías, pidió permiso y dijo: “Nosotros no dejamos flores, ponemos piedras”. Su religión comprende que las piedras, en vez de las flores, son eternas. Con los ojos vidriosos, explicó que “paso todos los días por acá y nos saludamos siempre. No podía dejar de venir”.
También apareció un hombre que se arrodilló frente a los ramos de flores, hizo la venia, miró al cielo con los brazos abiertos y gritó, dos veces, “gloria y honor” cuando en el interior del destacamento Juan Carlos Moriconi, el Jefe del Cuerpo de Bomberos de la ciudad de Buenos Aires, daba una charla íntima a los camaradas. Era un Mayor, promoción '52, que asistió en representación de otro cuartel porteño. Con boina y lentes que ocultaban sus lágrimas, agradeció y saludó a cada uniformado que salía del destacamento.
Una vecina con su perro se acercó a un bombero y le dijo que quería pasar solo para decirles gracias. Una niña, de la mano de su madre, acomodó un manojo de flores debajo del cartel que, en relieve, dice “Bomberos de la Ciudad”. Entre cada letras se sostienen ramos que los vecinos fueron dejando. Sobre esa pared, el dibujo de Máximo, la frase “Gracias héroes”, el homenaje de la familia Salas, el mensaje “el barrio está de duelo” y la leyenda “los bomberos nunca mueren, simplemente arden en el corazón de las personas que salvaron”, firmada por los vecinos de Villa Crespo.
“Es la mejor paga que podemos tener: lo que recibimos de la sociedad es la energía y la fuerza para seguir trabajando y poder reponernos de esta situación. Es un momento bravo, muy difícil. Ya lo he vivido en otra ocasiones y uno nunca se puede recuperar del todo. Estamos todos compungidos. Somos una familia. Es como perder un hermano para nosotros, quedan vacíos y tristezas que después son difíciles de llenar”, retrató el jefe de los bomberos porteños, Juan Carlos Moriconi.
“La respuesta de la gente es una caricia en medio de todo esto. La gente entiende que lo que uno hace, hace la diferencia en la vida de los demás. Eso es algo impagable. Nos quedarnos con ese abrazo de la gente, pero es algo que no puedo poner en palabras porque pasa por adentro de cada uno de nosotros”, contó otro de los bomberos calificados que participaron de la ceremonia.
“Es una tristeza muy grande, pero también es un orgullo muy grande. Es lo que enaltece nuestra labor. El mejor homenaje que le podemos hacerles a ellos es seguir adelante y dar mucho más de nosotros. Somos servidores públicos, amamos nuestro trabajo”, expresó el Comandante Diego Coria, jefe del cuartel de bomberos de Villa Crespo. Había egresado el mismo año que Gastón Vázquez, habían compartido los mismos destinos y trabajaba a codo con Maximiliano: ahora ocupará su cargo. “Es un honor, un orgullo y una gran responsabilidad, porque dejó un grupo humano excelente, gente que da la vida, como le pasó a él”, añadió.
Diego estuvo ahí la tarde del incendio y estallido de la perfumería. “Llegué a los minutos. Me agarró la segunda explosión de costado. Estaba enfrente con Crescenti organizando la noria de ambulancias, haciendo contabilidad. El estallido no me hizo nada. Pero fue muy sorpresivo. Cuando estábamos contabilizando al personal que estaba en la línea de ataque nos estaban faltando dos. El orden de prioridades cambió: teníamos que rescatar a los heridos. No sabíamos si los teníamos con vida en algún sector. Nos abocamos exclusivamente a la coordinación del salvamento”, contó y agregó que "cuando sentimos la explosión, sabíamos que podría haber pasado algo grave. Nos sorprendió a todos. Este lugar era chico, no pensábamos que podía haber una explosión tan grande. No era algo previsible. Si no hubiésemos adoptado otra táctica de trabajo. Nos agarró en el medio de las maniobras”.
Gastón era el jefe operativo en el Cuerpo de Bomberos y director de la Compañía de Planeamiento Desarrollo y Recursos Humanos de Bomberos de la Ciudad y Maximiliano era el jefe del cuartel de bomberos de Villa Crespo. Estaban en la primera línea de batalla porque así lo determina su deber: los líderes están en el frente. Por ellos, el dibujo homenaje de Máximo y el ruido de sirenas que retumbó en la cuarentena porteña a las 11:30.
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