En una audiencia en el Tribunal Oral N°1 de La Plata, los protagonistas de uno de los escapes más resonantes de la historia aceptaron su culpa en la balacera que casi le cuesta la vida a los oficiales Lucrecia Yudatti y Fernando Pengsawath.
Los hermanos Lanatta y Víctor Schillaci en el banquillo |
Fernando Pengsawath no fue ayer a la mañana a la sala del Tribunal Oral Criminal N°1 -integrado por los jueces Hernán Decastelli, Cecilia Salucchi- para verle la cara a los hermanos Lanatta y a Víctor Schillaci, acusados de balearlo.
Había gritado “me muero, me muero” cuando recibió un tiro en el abdómen el 31 de diciembre de 2015 en Ranchos, provincia de Buenos Aires, mientras estaba destinado a un control caminero. Abandonó su trabajo de policía en la Bonaerense, se hizo guardavidas. Tenía una compañera esa vez, Lucrecia Yudati, también recibió un disparo, uno en cada pierna. Fue operada más de sesenta veces, hizo rehabilitación para volver a caminar, pero no podrá volver a cumplir las tareas que realizaba como policía de calle.
Aquel 31 de diciembre de 2015, Martín Lanatta se bajó de la Renault Kangoo y les disparó a dos policías según la acusación en su contra. Subió al vehículo y huyeron a toda velocidad con su hermano Cristian y su amigo Víctor Schillaci. Por esos días, contó, andaba con el dedo en el gatillo. “No tiré a matar, si lo hubiese hecho estarían muertos porque soy un experto tirador”, se defendió. Pero para los policías Fernando Pengsawath y Lucrecia Yudati, atacados a balazos y vivos de milagro, les quedó una marca: la cara de Lanatta se les apareció en pesadillas. “Yo no vi ninguna cara, sólo sé que eran policías”, dijo Lanatta.
Yudati, en cambio, sí fue. Acompañada de su abogado querellante, Gastón Marano, estuvo presente en la sala del TOC N°1. “Vine a verlo a la cara, es durísimo. A medida que pasan los minutos aumenta el miedo, estoy temblando”, dijo poco antes de la audiencia, sentada a apenas 10 pasos de los acusados.
Los Lanatta y Schillaci llegaron poco después de las 9 de la mañana, los Lanatta desde Ezeiza, Schillaci desde Marcos Paz, en un intenso operativo de seguridad con un traslado a cargo del Servicio Penitenciario Bonaerense. Tuvieron familiares en la sala: Mónica, la mujer de Schillaci, que dio a luz a una bebé en plena fuga en 2015, estuvo presente en la sala. La nena, hoy de cinco años, estaba con ella, su papá le hacía morisquetas desde el banquillo. Hablaban al oído con su defensa, a cargo del doctor Pedro Martino. Martín Lanatta, calvo, con barba, remera de Tommy Hilfiger, le esquivaba la mirada a Yudati.
Frente a frente: la oficial Yudatti mira fijo a sus victimarios |
“No me miran”, le decía la víctima a su abogado. Los acusados bajaban la mirada, hablaban entre ellos antes de que comience la audiencia.
El proceso de ayer fue definitorio, un paso clave: la audiencia celebrada en el TOC N°1 fue coordinada por las partes para definir un juicio abreviado, si los Lanatta y Schillaci entraban en un acuerdo, si aceptaban la culpa por disparar a Yudatti y Pengsawath. La querella a cargo de Marano y su colega Juan Cruz Diez planeaba pedir 15 años.
Finalmente, los hermanos Lanatta pactaron 13 años de cárcel cada uno por la doble tentativa de homicidio. Víctor Schillacci, como conductor de la Kangoo, otros 7. Su defensa acompañó el acuerdo. Al ser consultados por el Tribunal, los acusados dijeron que “aceptamos la pena”.
Tras aceptar, Schillaci tomó la palabra: “Estudio, trabajo, recibo visitas”, dijo, tranquilo. Luego fue el turno de Martín Lanatta. Habló de la primera condena, la que recibió por el triple crimen. Aseguró que no hay pruebas ni testigos y que eso llevó a las otras cuatro causas por la fuga: si esa condena no hubiese existido, aseguró, no habrían escapado.
Al final de la audiencia, Martín Lanatta llamó a un cronista desde el otro lado de la sala, pidió hablar con él. Sus dos cómplices lo acompañaban. “Que quede claro que nos hicimos cargo técnicamente, pero no disparamos”, dijo. Su hermano Cristian sumó: "Ni estuvimos en Ranchos. Lo importante es que se unifiquen las causas. Y se caiga la perpetua”. Los tres ya estaban esposados.
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