lunes, 11 de enero de 2021

La pulsión suicida del antiperonismo

Los dirigentes de la alianza de ultraderecha Juntos por el Cambio y los medios hegemónicos empujan a sus propios simpatizantes al contagio. 


El sector talibán de la oposición, del que forman parte los medios del establishment, quiere el fracaso de la estrategia sanitaria del Gobierno nacional. Lo quieren, lo estimulan. Parten de la base de que ese fracaso sería un golpe de knockout para que el oficialismo pierda las próximas elecciones de medio término. O incluso para crear una situación caótica que provoque una crisis de gobernabilidad. La estrategia es abrirse camino sobre una pila de cadáveres. La consigna: "¡Viva la muerte!"

Hay que decirlo como es. No se lo puede disfrazar con la palabra irresponsabilidad. Una persona que se toma dos botellas de vino en una cena y después sale a manejar es irresponsable. Se siente omnipotente y cree que puede controlar la situación. Después puede terminar provocando una tragedia, pero su intención no era esa. En este caso, hay una intención explícita de empujar el fracaso de la estrategia sanitaria. No es irresponsabilidad. Es un acto consciente.

Patricia Bullrich Luro Pueyrredón, Alfredo Cornejo y otros dirigentes de Juntos por el Cambio salieron apresurados a cuestionar la posible restricción nocturna a la circulación. Es una medida que, por ejemplo en Chile, está instalada casi como la normalidad hace meses. La usan en este mismo momento Francia y España. Mientras que Inglaterra, directamente, decidió el confinamiento total.

Las semanas pasadas, estos dirigentes,al igual que la deesquiciada Elisa Carrió, el patético Fernando Iglesias y los medios de la derecha se dedicaron a cuestionar la vacuna Sputnik. Tergiversaron una frase de Vladimir Putin. Armaron titulares catástrofe con efectos adversos comunes, como dolor de cabeza y líneas de fiebre,presentándolos como si fueran infartos masivos. Levantaron la frase de Garry Kasparov (La Nación, 28 de diciembre), campeón mundial de ajedrez y opositor a Putin, diciendo que el presidente ruso “jamás se dará la vacuna”. En cualquier momento, la extraordinaria actriz de la serie Gambito de Dama, Anya Taylor-Joy, que vivió su primera infancia en Argentina, será la fuente principal para hablar de la nueva cepa. Todo vale. Siempre y cuando sirva para debilitar el plan de vacunación. Es una campaña de desinformación brutal que, por suerte, por ahora, no ha tenido efecto. Los médicos y enfermeros se están vacunando.

Argentina es el país de latinoamérica con más gente vacunada. Estuvo entre los primeros 10 del mundo y ahora sigue entre los primeros 20. ¿Por qué? Por haber logrado el acuerdo con Rusia. En la misma semana de diciembre en la que al país llegaron 300 mil dosis, Chile recibió el primer envío de Pfizer, 10 mil. Es decir, en relación a su cantidad de habitantes, 15 veces menos que lo recibido por Argentina. El laboratorio estadounidense, por ahora, realiza envíos a cuentagotas a los países periféricos.

La derecha talibán está en contra de la vacuna porque la hace Rusia. Mezclan prejuicios oscurantistas, defensa de los negocios de otros laboratorios, y la apuesta perversa al fracaso de la estrategia sanitaria. También están en contra de cualquier medida que restrinja el contacto social. Los países que apostaron a otro tipo de estrategia, por ejemplo Suecia, reconocieron su fracaso. El rey Carlos XVI Gustavo de Suecia vive en un palacio en el corazón de Estocolmo que tiene 600 habitaciones. A mediados de diciembre, declaró que “hemos fracasado”. La estrategia sueca, a diferencia de la noruega, fue no limitar la vida social. Apostaron a la conducta individual. Y los escandinavos no son precisamente los reyes de la parranda multitudinaria. Y de todos modos no pudieron evitar ser el país de esa región con más muertos por millón de habitantes.

No hay ejemplos de países que apostando sólo a la responsabilidad individual hayan tenido éxito. La derecha cuestiona las medidas de restricción y la vacuna. Entonces, ¿qué proponen? El resultado desemboca en una sola respuesta: la muerte.

La ceguera 

Esta estrategia tiene un costado suicida. Partidizar la vacuna implica empujar a la enfermedad a sus propios votantes o audiencia, en el caso de los medios. Hace muchos años que millones de argentinos piensan que Clarín miente. A ese sector de la sociedad la campaña de desinformación la afecta menos. No le importa si los medios hegemónicos cuestionan la vacuna rusa. Hasta puede ser al revés: el que sea cuestionada por ese sector es la prueba de que hay que dársela.

Uno de los mayores ejemplos de la derecha talibán; el diputado ultragorila Fernando Iglesias puso en twitter, pocos días antes de la llegada de la Sputnik: “Que vacunen al 48% que los votó”. ¿Es posible que el fanatismo produzca un nivel tan alto de ceguera? A Iglesias alguien debería decirle que cuente hasta 10 antes de twittear. Sufre de twitteo precoz. Está mandando a enfermarse y morir a sus votantes. 

Si transforman la vacuna en Boca-River, en el que los partidarios del Frente de Todos se dan la Sputnik y los otros esperan la llegada de alguna de origen americano, el resultado es que la argentina peronista se inmuniza y la antiperonista se enferma. ¿Es posible que no se den cuenta? La obsesión por socavar al gobierno, por volver a perseguir a Cristina Fernández de Kirchner con el ímpetu de los tiempos macrifascistas, los hace apostar al fracaso de la estrategia sanitaria. Y en ese camino empujan a sus simpatizantes a la enfermedad.
Fuente: nota de Demián Verduga para Tiempo Argentino

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