lunes, 7 de septiembre de 2020

El mito de los halcones y las palomas en la interna de Juntos por el Cambio

Las aspiraciones presidenciales del jefe de Gobierno porteño lo obligan a adoptar el lenguaje y las políticas que reclaman sus electores más antidemocráticos.


El lamentable espectáculo montado por la oposición en la cámara de Diputados la semana pasada dejó en evidencia que hay cada vez menos margen para la convivencia de dos oposiciones diferentes. La historia de los halcones y las palomas se desdibuja si cada vez que hay que tomar una decisión la bola cae para el mismo lado, se trate de cuestiones vinculadas a estrategias parlamentarias, comunicación institucional, convocatoria a protestas o la (no) imposición de medidas para restringir los riesgos de contagio de coronavirus.

Si Horacio Rodríguez Larrata alguna vez quiso dar, efectivamente, una oferta política diferente, ese tiempo parece haber quedado atrás; el alcalde porteño se adaptó o claudicó para no perder, por derecha, una parte del 40 por ciento que imagina como un piso para sus aspiraciones presidenciales. 

“Horacio va a hacer todo lo necesario para que Juntos por el Cambio siga unido”, lo describe un colaborador muy cercano. El problema es que, a juzgar por las evidencias, todo lo necesario puede terminar siendo demasiado.

Pocos pero abroquelados

A diferencia de lo que sucedió en 2010, cuando la oposición al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner juntó el Grupo A con 129 votos para bloquear al oficialismo, despojarlo de la presidencia de todas las comisiones y evitar que se sancione el presupuesto, entre otras leyes, ahora Juntos por el Cambio no tiene mayoría por su cuenta. El intento por bloquear el funcionamiento del Congreso en nombre de la República se hizo con menos de cien diputados en el recinto.

Ese número resulta a todas luces insuficiente para bloquear cualquier iniciativa del oficialismo, sobre quien recaerá la tarea de negociar con otras fuerzas para juntar el número necesario para avanzar con sus proyectos. Sin embargo desde la oposición insistirán en llevar el asunto a dos canchas donde evidentemente se sienten más a gusto que en el recinto legislativo: el Poder Judicial y los estudios de televisión. A veces, el modus operandi de algunos se parece demasiado a una confesión de partes.

Hubo algunos intentos, sobre finales de la semana, de reconstruir el diálogo entre las partes para buscar un mecanismo que permita sesionar en condiciones pactadas pero se chocaron siempre con el obstáculo de que el macrifascismo se niega a debatir la reforma judicial, la contribución extraordinaria de los principales patrimonios del país y la nueva fórmula de movilidad jubilatoria salvo que sea con sesiones presenciales, que hoy son virtualmente imposibles. En eso tampoco hay ninguna diferencia entre halcones y palomas.

Lejos del centro

El carácter antiperonista rabioso (léase: antidemocrático) de la parte más visible del electorado de Juntos por el Cambio limita la autonomía de los dirigentes que intentan alejarse de las costas de ese archipiélago. Resulta evidente cuando se observa el carácter de las manifestaciones que animan dirigentes como Miauricio Macri Blanco Villegas y Patricia Bullrich Luro Pueyrredón y cuyo objetivo pasa tanto por desgastar al gobierno como por marcarle la cancha a los que, dentro del mismo espacio, exhiben una faceta más moderada.

Las amenazas de muerte contra el presidente de la cámara de diputados, Sergio Massa, y su familia, dejaron en evidencia esos límites. Cuando varios dirigentes opositores (entre ellos el propio Rodríguez Larrata, María Eugenia Vidal, Mario Negri y Cristian Ritondo) manifestaron su solidaridad a través de las redes sociales, en la mayoría de las respuestas que recibieron fueron tildados de “tibios”, “traidores”, “kirchneristas”, “caretas” y hasta “mencheviques”. La moderación no paga y ellos están en este negocio para ganar.

Las disputas internas en la oposición, que las hay, pasan más por dirimir los liderazgos que por diferencias de fondo. No es casual que en pocos días hayan reingresado en escena los tres socios fundadores de Juntos por el Cambio: el hijo bobo de Franco Macri, Elisa Carrió, que pasó en una semana de pedir racionalidad a denunciar un golpe de Estado, y Ernesto Sanz, otro que pronostica estallidos. La vieja guardia reaparece para custodiar su legado de antiperonismo furioso y tapiar cualquier camino que implique un giro al centro.

Pero ellos no tienen, por sí solos, caudal electoral para amenazar al gobierno. A Macri Blanco Villegas le gusta medirse en el espejo de Cristina, por eso sus alcahuetes echaron a andar eso de que “con Mauricio no alcanza pero sin Mauricio no se puede”. Sin embargo pasa por alto un detalle: la vicepresidenta siempre mantuvo un núcleo de apoyo del 30%, que le daba la acción de oro en la interna del peronismo. Hoy, las consultoras más entusiastas le dan apenas la mitad de eso en imagen positiva.

El plan de Rodríguez Larrata

Todos los caminos conducen a que Juntos por el Cambio llegue unificado por lo menos hasta las elecciones del año que viene. Otros factores, como las investigaciones judiciales que sobrevuelan a figuras centrales del último régimen, con el idiota confeso a la cabeza, otorgan los incentivos que faltan para priorizar un armado que permita mantener (para sí pero sobre todo para otros) la ilusión de un regreso al poder antes que las aventuras en solitario. La agenda del Gobierno también ayuda a cimentar la sociedad opositora.

Rodríguez Larrata corre hasta ahora en pole position dentro de ese aglomerado. A diferencia de sus rivales, ya está en campaña (nunca dejó de estarlo). La mesa donde dibuja el tablero nacional sumó un refuerzo de lujo con la reaparición de Marcos Peña hace alrededor de un mes. Aunque no trabaja directamente bajo el ala del alcalde y mantiene un vínculo cotidiano con Macri Blanco Villegas, su rol es fortalecer una estructura donde todos mantengan los pies dentro del plato. Ya llegará el momento en el que se disputarán ese capital.

Mientras tanto, el alcalde se acerca a Margarita Stolbizer, que con su cara de concha afligida continúa su camino constante hacia la intrascendencia política, ahora de la mano del médico mediático Facundo Manes. En un chivo publicado el lunes pasado por el pasquín derechoso La Nación para anunciar la sociedad, un dirigente de GEN en off the record comete sincericidio: el plan es “alcanzar un 20 por ciento de los votos” en 2021 “y negociar con Juntos por el Cambio para los comicios de 2023”, según publica el matutino ultra opositor de los Mitre. “Cerca de Stolbizer, Manes apuesta a la avenida del medio”, titula el diario, con un envidiable sentido del humor.

Otros movimientos del larratismo quedaron plasmados en el nuevo organigrama del PRO porteño, que renovó autoridades esta semana con la consigna que funciona como leit motiv del alcalde, “Todos adentro”. El partido seguirá encabezado por Diego Santilli, que además desplazó recientemente al jefe de gabinete porteño Felipe Miguel de otro lugar clave en el equipo que trabaja en la campaña presidencial de Rodríguez Larrata: el de recaudador. A Miguel, que soñaba con ser el sucesor, se le está acabando la nafta.

El desafío radical

No es Macri Blanco Villegas, sin embargo, el rival que más preocupa a Rodríguez Larrata en su camino a la presidencia; más desconfía de Martín Lousteau, que en su perspectiva representa un doble desafío. Las aspiraciones del senador de gobernar la ciudad son, en sí mismas, una amenaza a la hegemonía que tiene el PRO desde hace una década y media en el distrito. Pero cerca del alcalde aseguran que en realidad su candidatura porteña es sólo una tapadera mientras trabaja para ser candidato presidencial.

Ahora el campo de batalla es la interna radical en la provincia de Buenos Aires. Allí, Lousteau, junto a su jefe político Enrique Nosiglia, apoyan la candidatura del intendente de San Isidro, Gustavo Posse, contra el candidato oficial, Maximiliano Abad, respaldado por Rodríguez Larrata vía Vidal. El acuerdo entre el senador y el intendente se formalizó este viernes con un zoom en el que Posse dejó en claro cuál es la manzana de la discordia al plantear “una UCR que sea socia plena de Juntos Por el Cambio en pie de igualdad”.

Posse fue un pionero en implementar lo que ahora llaman “take away plus”, pero que en realidad se trata de habilitar bares y restaurantes para que funcionen con mesas al aire libre, una actividad que todos los expertos coinciden se encuentra entre las de alto riesgo de contagio de Covid. La medida fue imitada por Rodríguez Larrata en la ciudad, a pesar de encontrarse en el pico de los casos. Implementada sin ningún tipo de control, privilegia el lucro de los comerciantes a la salud pública. En eso tampoco se observan diferencias de fondo.

Queda claro que las fisuras al interior de la oposición residen en la (razonable y válida) disputa de poder intestina más que en desacuerdos políticos respecto a cuestiones centrales del debate público, lo que aleja un escenario de ruptura. También que las expresiones antidemocráticas o violentas están avaladas por un sector importante del electorado que Juntos por el Cambio necesita para ser competitivo. El peronismo va a requerir inteligencia, decisión, coraje y creatividad para estar a la altura de semejante desafío.
Fuente: nota de Nicolás Lantos para El Destape web

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