lunes, 29 de junio de 2020

De balserito a ingeniero industrial: Elián González 20 años después

Se cumplieron ayer dos décadas de una de las mayores victorias diplomáticas de Cuba. Su madre se había ahogado en el océano. Su padre, el gobierno de Fidel Castro y el pueblo de la isla movilizado consiguieron que volviera al lugar que lo vio nacer. 


El balserito cubano Elián González es hoy un ingeniero industrial de 26 años. Ayer se cumplieron 20 años desde el 28 de junio del 2000, cuando regresó a La Habana por aire después de que estuviera a punto de perder la vida en el mar. Tenía apenas cinco cuando su caso conmovió al mundo y se transformó en una saga de conflictos diplomáticos, judiciales y familiares con final feliz. Su padre Juan Miguel, el gobierno de Fidel Castro y el pueblo de la isla movilizado consiguieron que volviera al lugar que lo vio nacer. Su madre Elizabeth Brotons se había ahogado en el océano junto a su pareja y un grupo de personas más que intentaban llegar a Estados Unidos sobre una improvisada plataforma de aluminio. Él sobrevivió para contarlo y Gabriel García Márquez escribió su historia con el virtuosismo de su pluma que no prescindía de los datos políticos. Contó cómo en Cuba “inquietaba que el Gobierno de Bill Clinton no se atreva a devolver al niño, a pesar de sus leyes y sus propias convicciones, por temor de que el candidato demócrata, Al Gore, pierda los votos de la Florida”. La elección se definiría en ese estado el 7 de noviembre. El demócrata fue derrotado por George W. Bush, pero el principal perdedor del proceso que se extendió por casi siete meses en los tribunales de Estados Unidos fue la comunidad cubana de Miami. Había hecho de Elián su bandera anticastrista hasta agotar todos sus recursos disponibles.

La vida de este joven de rostro aniñado, palabras justas y futuro padre para el final del verano cubano, transcurre ahora en la apacible ciudad de Cárdenas, la capital de la provincia de Matanzas. De ahí es su familia, la que permaneció en la isla, porque otra parte -la de Miami- intentó apropiárselo hace veinte años. Su padre se persuadió de que algo no andaba bien cuando lo fue a buscar al colegio. Se había separado de Elizabeth en buenos términos, pero la madre de Elián pensó que tenía derecho a llevarse al hijo de ambos sin avisarle. No a un paseo, ni siquiera a La Habana que queda a 147 kilómetros. El viaje que imaginó era sobre una balsa precaria con destino cierto: las costas de Florida que ofician de imán para muchos cubanos que decidieron viajar hacia el norte por el océano.

"Gabo" recuerda en su crónica “Naufrago en tierra firme” qué díficil había sido la búsqueda del único hijo para la pareja de Brotons y Juan Miguel González, licenciado en turismo y ex diputado de la Asamblea del Poder Popular. “Elizabeth quedaba encinta, pero sufría abortos espontáneos en los cuatro primeros meses de embarazo. Al cabo de siete pérdidas, y con una asistencia médica especial, nació el hijo tan esperado, para el cual tenían previsto un nombre único desde que se casaron: Elián”.

Cinco años después, el 25 de noviembre de 1999, el balserito volvía a nacer. Dos pescadores lo encontraron flotando sobre un neumático bajo un sol inclemente. 

Su mamá y los demás habían sido tragados por el mar. Una tragedia que se repite en otros mares del planeta con una frecuencia inusitada. 

A Elizabeth y sus compañeros de infortunio un contrabandista que se valió de la incredulidad de sus víctimas les sacó a razón de mil dólares por cabeza. Elián no perdió la entereza desde entonces y recordó la tragedia en una línea que explica su mirada de niño: “Yo vi cuando mamá se perdió en el mar”. Sobrevivió el Día de Acción de Gracias -como reflejan muchas de las crónicas del año 2000-, acaso lo que dio a su historia un tinte de mística y cierta religiosidad.

Hace poco el ingeniero de la Unidad Básica de Producción Victoria de Girón, donde se fabrican todo tipo de elementos de plástico, anunció en sus redes sociales que será papá para fines de este verano. “Pronto comenzaré a entender lo que significa ser padre. Pero lo que sé hasta ahora es por el mío y espero hacerlo tan bien como lo hizo conmigo”, posteó en su Facebook el día del Padre que se festejó en la isla el 21 de junio.

Aquel pionerito cubano de la primera escolaridad que casi se ahoga en el océano, cuando regresó a su país estudió en la Universidad Camilo Cienfuegos de Matanzas, hizo el servicio militar y se transformó en un cuadro de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), para revulsivo de los habitantes de la Pequeña Habana, centro neurálgico del anticastrismo en Estados Unidos, hoy sitiado por el avance del Covid-19. 

Ese hubiera sido el lugar que Elián tenía reservado para continuar su vida si sus familiares de Miami ganaban el pleito en la Justicia. Pero no sería así. Ni por Fidel, que se puso al hombro la devolución del niño, pero también porque la fiscal general estadounidense, Janet Reno, se mantuvo firme en el proceso de entrega de Elián. 

La mujer falleció el 7 de noviembre de 2016, un día antes de que Donald Trump ganara las elecciones presidenciales. El 25 de ese mismo mes, Castro moría en La Habana dejando su huella imborrable en la historia cubana. Noviembre se llevaba con ellos a dos protagonistas claves del caso que atrapó la atención del mundo hace dos décadas.

El joven González se quiebra todavía hoy cuando recuerda la figura del líder revolucionario. Primero y de niño lo llamaba “abuelito” y con los años “amigo” o “padre”. Su relación con el comandante de la Revolución cubana fue tan estrecha que una vez la definió en pocas palabras: “No profeso ninguna religión pero, de hacerlo, por supuesto que mi religión sería Fidel”. 

Este año, durante un acto en su ciudad natal señaló que “nunca me iré de Cuba, es un orgullo ser hijo de Cárdenas”. Aunque en las pocas entrevistas que ha dado desde que regresó a la isla dijo que no descarta restablecer su vínculo con algunos de sus familiares en Estados Unidos y la gente que apoyó la causa del regreso junto a su padre.

El 22 de abril del 2000, Elián pasó a tener su ticket aéreo de regreso a la isla. Un operativo policial en la Pequeña Habana sorprendió al pescador que lo había rescatado del océano, Donato Dalrymple, con el niño en brazos. No pudo oponer resistencia. La orden del Departamento de Justicia de Estados Unidos debía cumplirse y la personita que había salvado del mar tenía que regresar a Cuba. Ese momento y la fotografía que lo retrató son la imagen del miedo hecho niño, pero también marcaron el final de la odisea para su papá Juan Miguel y millones de cubanos que tomaron en sus voces la causa del retorno al caimán barbudo. Tal es el título que eligió una revista literaria para definir a la isla. El fotógrafo Alan Díaz de AP ganó un premio Pulitzer por aquella foto. Murió el 4 de julio de 2018 y se quedó con la imagen más potente del hecho que le cambió la vida a un niño de cinco años y derivó en el conflicto que mantuvo en vilo al mundo a comienzos del siglo XXI.
Por Gustavo Veiga para Página/12

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