viernes, 13 de mayo de 2022

El efecto del veto de Hungría a las sanciones: empieza a resquebrajarse la unidad europea frente a Rusia

Budapest bloquea el sexto paquete de sanciones, que incluye al petróleo, y pone en jaque la solidez del bloque comunitario, que empieza a impacientarse.


Víktor Orbán, primer ministro de Hungría
La energía abrió la caja de Pandora en la Unión Europea. Y lo que es más: está amenazando la unidad que el bloque comunitario había mantenido durante estos dos meses y medio de guerra en Ucrania. 

La semana pasada, la Comisión Europea presentó su propuesta sobre el sexto paquete de sanciones contra Rusia. Ocho días después, continúa sin ser aprobado y se está convirtiendo en un auténtico dolor de cabeza en Bruselas.

Siete reuniones a nivel de embajadores, un viaje exprés y de emergencia de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, a Budapest y una llamada de Emmanuel Macron, presidente de Francia, no fueron suficientes para desbloquear el veto de Hungría y convencer a su primer ministro Víktor Orbán.

El Gobierno húngaro lo llevaba advirtiendo desde el inicio de la guerra. No dará su luz verde a sanciones energéticas que pongan en peligro su seguridad energética. Ya aceptó imponer el embargo al carbón hace un mes. Pero aceptar hacer lo propio con el petróleo son para Budapest palabras mayores. "Aceptar estas sanciones sería una bomba atómica para nuestra economía", se ha defendido el Ejecutivo del Fidesz.

Hungría es uno de los grandes dependientes del crudo ruso. Aunque no es el Estado miembro que más importa. Finlandia o Lituania lo superan. Pero el gran caballo de Troya del país magiar es su dificultad para encontrar vías alternativas, ya que no cuenta con acceso natural al mar. Por ello, una de las exigencias de los de Orbán es que el paquete que hay sobre la mesa excluya las importaciones de crudo ruso que llegan a través de los gasoductos. Su ministro de Exteriores alegó que el embargo total supondría el incremento de entre el 55% y el 60% del precio del petróleo.

Esta demanda pone al bloque comunitario en un aprieto, ya que el sexto paquete –el más duro por su repercusión en la economía del Kremlin– quedaría mucho más descafeinado y minimizaría su respuesta y de alguna forma también su credibilidad. Bruselas propuso otorgar a Hungría –y otros países altamente dependientes como Chequia o Eslovaquia– un periodo de gracia de hasta 2024 para desengancharse. Pero continúa sin ser suficiente. La respuesta húngara es inamovible: exige que las sanciones solo se apliquen a los hidrocarburos que llegan por vía marítima.

Las implicaciones del órdago de Orbán ya se dejan notar en suelo comunitario. La UE comienza a impacientarse. No quiere que la unidad mostrada hasta la fecha salte por los aires mermando su imagen y su capacidad de acción frente a Putin. Desde el inicio de la ofensiva en Ucrania, en Bruselas siempre se felicitaron de que el presidente ruso los unió más que nunca antes. Pero ello podría cambiar ya con la batalla energética. Una opción podría pasar por tomar la decisión a nivel de los Veintiséis restantes, pero ello dejaría patente la división europea, algo que se ha querido evitar desde el inicio de la invasión.

Poner fin al arma de la unanimidad

El requisito de unanimidad para cualquier acción en la política exterior es uno de los grandes lastres que impide avanzar a los europeos en la arena global. Por ello, este secuestro de Hungría en torno al sexto paquete reavivó el debate de poner fin a la necesidad de adoptar decisiones como las sanciones por consenso absoluto. Von der Leyen insistió en acabar con ello recientemente en el Pleno de Estrasburgo. La idea ya coleaba con fuerza durante el mandato de su predecesor, Jean-Claude Juncker. Y fue uno de las grandes ambiciones subrayadas por Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea, cuando asumió el cargo.

Los países más pequeños no están dispuestos a desprenderse de su derecho de veto. Pero el cambio de la unanimidad por la mayoría calificada es un arma de doble filo. Para dar el paso es necesario, paradójicamente, una decisión unánime. Y los países más pequeños no están dispuestos a desprenderse de su derecho de veto. Y es esta, precisamente, la magia europea: que en la mesa del Consejo, grandes y pequeños tienen el mismo poder de voto.

Orbán, cada vez más aislado

Además, la férrea postura de Orbán lo posiciona en una situación complicada en el seno europeo. El premier magiar está cada vez más aislado dentro del bloque comunitario. Durante el transcurso de la guerra se ha opuesto a enviar armamento a Ucrania. Esta posición del que es el líder europeo más alineado con Vladimir Putin lo enfrentó con el que hasta la fecha era el país más afín: Polonia. Varsovia y Budapest son los dos enfant terrible dentro del bloque comunitario por sus continuos ataques al Estado de Derecho y a los derechos fundamentales. Pero la guerra en Ucrania también está alterando la balanza de alianzas intraeuropea.

¿Qué opciones tiene Bruselas de persuadir a Budapest? El portal Político recoge que la Comisión Europea podría ofrecer a Orbán una compensación económica a cambio de su voto positivo. Ello podría materializarse a través de la nueva estrategia energética que verá la luz la próxima semana, bautizada como REPoweEU. Las voces críticas afean que Hungría utiliza este veto como arma para obtener beneficios internos, en un momento, además, en el que su fondo de recuperación está congelado en el Berlaymont por sus ataques al Estado de Derecho. Polonia y Hungría son, de hecho, los dos únicos país cuyo plan post-pandemia está retenido por parte del Ejecutivo comunitario.

Surgen las fisuras

Las tiranteces entre socios comunitarios empiezan a aflorar. Croacia llamó a consultas al embajador húngaro tras unas polémicas declaraciones de Orbán en las que aseguraba que su país "tendría puertos si no se los hubiesen quitado", unas palabras que fueron interpretadas como una referencia a los tiempos en los que Croacia pertenecía al imperio austrohúngaro.

Tampoco cayeron muy bien en muchos Estados miembros las palabras que Emmanuel Macron pronunció en el Parlamento Europeo esta misma semana en las que aseguraba que Ucrania no será miembro de la UE podría llevar "décadas" y donde pedía no "humillar" a Rusia. En algunas capitales, especialmente las del Este, abogan por un ingreso por la vía rápida de Kiev en el bloque comunitario y por una línea dura con Moscú.

Con todo, la UE entra en terreno clave. El miedo de algunos es caer en un "cansancio sancionador" y que la guerra se estanque en el Este y acabe perpetuándose y olvidándose, como ocurrió en 2014. Las fisuras comienzan a surgir y tras abrir la caja de los truenos con la energía es difícil ver cómo el bloque podría avanzar en posibles paquetes sancionadores que incluyesen el gas, el gran caballo de Troya.
Por María G. Zornoza para Público y Página/12

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