El conflicto se volvió global y terminó con todos los equilibrios planetarios. Con los combates empantanados, Occidente los alimenta sin asumir su parte de culpa en los años previos. Los civiles ucranianos sufren la peor parte.
Un año después de la invasión rusa de Ucrania, nadie puede responder a la pregunta que articula las soluciones posibles: “¿y después qué?” No hay un después visible. Y ello, en toda situación de conflicto, significa un enredo sangriento sin fin.
Occidente pasó un año entero aprobando sanciones contra Rusia, persiguiendo a esa elite que son los oligarcas rusos, entregando armas y municiones cada vez más potentes a una Ucrania martirizada por la guerra y bombardeos salvajes.
En este año, mediante un masivo despliegue retórico, Occidente ha transferido toda la responsabilidad de la guerra sobre las espaldas de Vladimir Putin, como si las potencias occidentales fuesen felinos inocentes y mimosos, y no lo que realmente son: imperios expansionistas y corresponsables de esta guerra que se volvió global y modificó los ya poco seguros equilibrios planetarios que persistían a duras penas después de la última gran mentira de EE.UU. que condujo a la Segunda Guerra de Irak (2003).
Hoy, todo es escalada. Lejos están los días en que el presidente francés, Emmanuel Macron, decía “no hay que humillar a Rusia”. Berlín y París admiten hoy que la victoria de Ucrania contra Rusia es “imperativa”. Prueba de sus incoherencias, Macron agrega “ninguno de los dos bandos debe ganar totalmente”. Al mismo tiempo, el Ministro ucraniano de Relaciones Exteriores, Dmytro Kuleba, asegura que ”el fin de la guerra” será cuando, sea cual fuere el líder ruso del momento, ”este venga a Kiev a arrodillarse delante del monumento a las víctimas a pedir perdón”. Salvo que entre hoy y esas posibilidades se extienden dos amenazas muy, muy serias: la llamada amenaza “horizontal” que consistiría en la extensión del conflicto a países frágiles como Moldavia. Y la amenaza “vertical” a la cual Vladimir Putin evoca con frecuencia: las armas nucleares.
La etapa de ganar poder de negociación
Occidente y Rusia se persiguen en una escalada a la vez militar y diplomática. Joe Biden visitó Ucrania hace unos días. Hoy, el director del bureau de la Comisión de Relaciones Exteriores del Comité Central del Partido Comunista chino, Wang Chi -es más que Ministro- está en Moscú en un nuevo gesto de respaldo al jefe del Estado ruso, justo cuando Occidente está obsesionado con la posibilidad de que Beijing entregue a Moscú armas letales. Wang Wenbin, el portavoz de la cancillería china, recordó que “son los EE.UU. y no China quienes vuelcan armas en el campo de batalla”.
El acercamiento entre ambas potencias se escenificará con la próxima visita a Moscú del presidente chino, Xi Jinping. La guerra en Ucrania estalló tres semanas después de que Putin y Xi Jinping firmaran un pacto de asociación “sin límites”, cuyas primeras consecuencias han sido el incremento de los intercambios comerciales entre las dos potencias en 2022: al mismo tiempo que Occidente votaba un aluvión de sanciones contra Rusia para cortarle el acceso a los fondos, los intercambios entre los dos países aumentaron en un 29,3% (190 mil millones de dólares).
El sutil juego chino
Si bien China se declara activa para favorecer la paz y hasta hizo circular un proyecto de acuerdo durante la Conferencia sobre la seguridad en Múnich entre el 17 y el 19 de febrero, la posición de Beijing es la misma que la de Moscú. Hace unos días, la agencia oficial China Nueva escribió que “la crisis ucraniana comenzó el 24 de febrero de 2022 a raíz de las provocaciones de EE.UU. y sus aliados con el objetivo de extender la OTAN hacia el Este”.
Europeos y estadounidenses han perdido el sueño con la sospecha de que China le dé armas a Rusia. Los chinos se burlan: “por qué te preocupa tanto que les demos armas a Rusia si ustedes se las dan Ucrania”, le dijo Wang Xi el martes pasado al jefe de la diplomacia Europea, Josep Borrell. Según fuentes diplomáticas francesas, ”a raíz del suministro de armas anunciado por los occidentales y que pueden cambiar la guerra, China -que se había mantenido en una posición discreta- está reevaluando su posición”.
No hay duda que asistimos a la construcción de un nuevo eje entre Beijing y Moscú y a la reconfiguración global de la política china. Los dos documentos publicados por China hace una semana son una abierta declaración de hostilidades con Washington. Uno de ellos se llama “La hegemonía estadounidense y sus peligros” y contiene un agresivo cuestionamiento de la política exterior de EE.UU.
¿Y después qué?
En ningún lado aparece el más mínimo esbozo de un “después qué pasa”. Ni en Occidente, ni en Rusia. Hace 365 días Vladimir Putin invadió Ucrania con la idea de tomar el control de Kiev en una guerra relámpago que pondría a los ucranianos de rodillas y a Volodímir Zelenski, preso o exiliado. Ni lo uno ni lo otro.
Los occidentales pensaron que con varios rotundos paquetes de sanciones contra Moscú, con el corte de los contratos por los hidrocarburos y el suministro de armas a Ucrania, pondrían a Putin contra las cuerdas su economía por el suelo. Nada de ello se cumplió.
Las ayudas de Occidente lo convirtieron en un cobeligerante que, con el correr de los meses, fue subiendo la apuesta y la calidad de las armas. Hoy, Moscú se dice víctima de una constante agresión occidental y los occidentales acusan a Putin de hacerse pasar por el “hijo de la OTAN” y, con ello, justificar una guerra cuyas raíces son la irresponsabilidad de ambas partes para pactar una nueva estructura de seguridad en Europa, así como el expansionismo occidental, en sus dos vertientes: la militar con la ampliación hacia el Este de las fuerzas de la OTAN; y el otro origen son los acuerdos falsamente democráticos que la Unión Europea firmó con Ucrania y que fueron el germen de este conflicto que dejará a un país destruido y decenas de miles de muertos. El campo del Oeste no cesa de decir que Putin quiere restablecer la Gran Rusia, la Rusia Imperial. Pero olvida decir que Occidente jamás renunció a dominar el Mundo, Rusia incluida.
La "joya en disputa"
Ucrania es la joya de la corona, el territorio más preciado para cualquier presidente ruso y un objetivo prioritario para las potencias occidentales.
En 1993, cuatro años después de la caída del Muro de Berlín, Ucrania decía que su “prioridad” era ingresar a la Unión Europea. Veinte años después y con una serie importante de acuerdos bilaterales de por medio, el Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la Unión Europea de 2014 encendió los primeros cañones de la guerra.
El entonces presidente pro ruso de Ucrania, Viktor Ianoukovytch, rehusó firmar el texto y ello desencadenó todo el proceso: su rechazo levantó al campo pro europeo y las manifestaciones conocidas como Euromaïdan. Una represión feroz y decenas y decenas de muertos no calmaron las protestas; en febrero de 2014 Viktor Ianoukovytch fue destituido. Rusia perdió un aliado interno y Occidente ganó uno. Pero esa revuelta interna alentada por EE.UU. y la Unión Europea desembocó en otro desastre: la guerra en el Donbass y la anexión de Crimea en marzo de 2014.
La guerra global
El conflicto terminó en una guerra localizada en Europa, pero de alcance global. Joe Biden había contemplado una relación “estable y previsible” con Rusia y terminó siendo el líder de la coalición occidental contra Rusia y vio cómo Putin ponía fin al tratado sobre las armas nucleares New Start firmado en 2010.
Los europeos cantan casi el himno de la victoria y escriben que un año después “Ucrania está martirizada, pero sigue de pie y es más europea”. El mundo no es igual que hace un año. Tres días después de la invasión llamada por Putin “operación especial” y justificada en la “desnazificación” de Ucrania, el canciller alemán, Olaf Scholz, usaba el término “zeitenwende” (cambio de era) para definir el conflicto naciente.
La guerra también consagró el renacimiento de la OTAN, a la cual el mismo presidente francés, Emmanuel Macron, había retratado en “estado de muerte cerebral”. Y hubo una reactualización de la dependencia y la sumisión de Europa ante EE.UU. La invasión rusa reforzó el eje chino-ruso y demostró que, al mirar hacia el este y Asia, Rusia podía prescindir de Europa.
El fantasma nuclear
La amenaza nuclear planea sobre el mundo: Putin la verbalizó varias veces. ”Habrá consecuencias nunca vistas en la historia” advirtió. Según el director del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, Thomas Gomart, el aspecto “nuclear ha dejado de ser disuasivo y se convierte en el telón de fondo de las operaciones ofensivas, mientras se sigue manteniendo una ambigüedad fundamental sobre la intención final”.
A esta altura, el conflicto ucraniano no tiene brújula y nadie puede responder, no ya a la pregunta “¿y después qué?”, sino a la pregunta “¿y ahora qué?” Los expansionismos crónicos de unos y otros dieron vuelta un mundo que ya estaba desordenado para encausarlo en una guerra global que avanza a ciegas sobre la humanidad y dejará a Ucrania hecha un manojo de escombros y dolor.
Putin no cederá y Occidente no sabe cómo ganarle.
Por Eduardo Febbro para Página/12
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